Famoso como autor de obras maestras de la literatura universal como Ana Karenina o Guerra y Paz, León Tolstoi fue también un prolijo creador de cuentos. Bajo el formato de fábula, estos relatos transcienden el género realista, con el que retrató tan certeramente la sociedad de su tiempo, para ahondar en las preguntas que ayer y hoy, en distintas latitudes, todos nos hacemos. Especialmente si os encontráis en eso que llaman “mediana edad”, descubrir o releer estos textos puede resultar una experiencia verdaderamente reveladora.
La biografía de Lev Tolstoi encaja con la trayectoria de un hombre de su época, pero también con la de un visionario adelantado a su tiempo. Aristócrata, ahogado como tantos de sus coetáneos por deudas de juego, saboreó los rigores de la Guerra de Crimea y el esplendor de los salones de alta aristocracia. Compadecido por la paupérrima situación del campesinado ruso, se embarcó en distintos proyectos que buscaban en la educación la llave para redimir estragos de siglos de explotación, en sintonía con iniciativas que se estaban desarrollando en ese momento en puntos geográficos muy distantes de la vieja Europa. Profundo creyente, libertario, pacifista, vegetariano, hombre públicamente devoto de su esposa, a la que le unieron catorce hijos y una tormentosa relación, terminó sus días renegando de su obra con la intención de entregar todo cuanto poseía a los más desfavorecidos, pretensión que no fue precisamente aplaudida por su familia.
Estas son las coordenadas vitales del autor de cuentos como El ahijado, Demasiado caro, Después del baile y muchos otros relatos, susceptibles de tantas interpretaciones como lectores se aventuren a conectar con las crisis existenciales que atormentaron a Lev Nikoláievich. No son, sin embargo, lecturas de autobús, a menos que sólo os interese evocar un tiempo pasado y entreteneros con las cuitas de un hombre que busca padrino para su hijo o los tormentos de un joven enamorado, aterrado por la inesperada crueldad del padre de su amada.
Sin embargo, más allá del retrato de su tiempo, prolijo en situaciones y personajes, ágil en la narración y agudo en los matices psicológicos de los protagonistas, lo que convierte a estos textos en inmortales es su vocación de fábula, cuya moraleja elabora cada lector cuando traslada las incertidumbres de Tolstoi a su propia biografía. No todos nos haremos las mismas preguntas ni mucho menos obtendremos las mismas respuestas. Por eso creo que este es un caso en el que la literatura obra particularmente su magia, cambiando el sentido del texto según la piedra que apriete en el zapato de cada lector. Un exorcismo interior que, os aviso, no será efectivo si no os aseguráis de escoger el momento adecuado en el que podáis parar el tiempo y, ajenos a todo lo demás, permitáis que el autor os lleve de la mano hasta su relato.
Cierto es que no corren tiempos en los que sea fácil habilitar ese escenario. De todas formas, si lo lográis y además os encontráis en uno de esos periodos de meditación vital, uno de los cuentos que os recomiendo es ¿Cuánta tierra necesita un hombre?, porque su trasfondo es tristemente actual en una época marcada por el sello de lo efímero y lo intangible. Celebridades como James Joyce quedaron fascinados por el texto, llegando a catalogar este cuento como una de las mejores historias de la literatura contemporánea.
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Tolstoi y Sofía Behrs |
Tal vez sorprenda que un ciudadano del siglo XXI pueda conectar con los avatares de Pahom, un campesino que escucha la risa del diablo en sueños. Sin embargo, en su carrera contra el tiempo, antes que caiga la noche, no es difícil reconocer nuestros propios anhelos al son de esta parábola sobre el equilibrio entre lo material y lo espiritual. Sus cábalas y su afán por no desfallecer son los auténticos protagonistas de una historia en la que se desdibuja el perfil de los personajes ante la encrucijada de conformarse o arriesgar. A Pahom todo le iba bien. Logró mejorar sus condiciones de vida con esfuerzo y visión de futuro. Poseía las virtudes del emprendedor que hoy tanto valoramos. Sin embargo, se dejó tentar por las promesas de los bashkires, habitantes de la fértil estepa. Vosotros decidiréis si el desenlace de la historia fue responsabilidad de estos paisanos, que el autor presenta casi como una comuna hippie, del comerciante que le descubre su existencia o de los cantos de sirena que Pahom escuchaba en su interior.
Bajo mi punto de vista el relato va más allá de una mera fábula sobre las consecuencias de la ambición, que es el sentido con el que interpretan este cuento la mayoría de las reseñas. Las vicisitudes del protagonista sobre el camino seguir y el momento de parar, enganchan con esa idea de proyecto vital que pensadores como Ortega consideraron como el más elemental signo de vida inteligente. Por eso mismo es una lectura aconsejable para todo el que se encuentre en la tesitura de apresurar el paso para llegar a la meta o descansar para tomar aliento.
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Tolstoi en Yásnaia Poliana, 1908.
Primera fotografía retrato en color realizada
en Rusia por Serguéi Prokudin-Gorski.
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Como Pahom, que tire la primera piedra quien no se haya preguntado alguna vez si está en el camino correcto o si necesita "más tierra". Si es prudente invertir para conseguir mayor rendimiento o si ha llegado la hora de disfrutar, sin más preocupaciones, del fruto de la siembra de años de esfuerzo. Debo advertir que, si no os encontráis en esa etapa vital de preguntas incómodas, seguramente la lectura os resulte entretenida, pero es raro que os conmueva.
Aún recuerdo el momento en el que terminé de leer este cuento. Estaba anocheciendo y, cuando cerré el libro, la puesta de sol se encontraba justo en esos escasos segundos en los que, si ha hecho buen tiempo, hay fuego en el cielo. Un atronador ruido de pájaros apenas dejaba escuchar el balido de los rebaños de ovejas que pastaban en los alrededores. Fue uno de esos instantes en la vida cuyo sabor de boca permanece nítido en la memoria. Años después, recuerdo perfectamente aquella sensación y debo confesar que sigo sin encontrar respuestas a esas preguntas que un taciturno y brillante idealista se hacía, a finales del siglo XIX, desde la lejana Rusia.
Afortunadamente no tengo (aún) los sueños aterradores de Pahom pero, en ocasiones, sí creo escuchar la risa del diablo. No se si a vosotros os ocurre lo mismo. Si es así, os recomiendo la lectura de este cuento. Al menos a mi, me hizo mucho bien.