lunes, 15 de julio de 2024

Fuego cruzado: breve historia del terrorismo en España

En 2021 un estudio reveló que apenas un 57% de los estudiantes de ESO en Navarra sabían qué era ETA. Si ampliamos la investigación al resto de la geografía peninsular, el desconocimiento entre los más jóvenes probablemente sería mayor. El olvido del pasado reciente es la mejor receta para quedar atrapados en las redes de una demagogia que despersonaliza al adversario y menosprecia el dolor de las víctimas. 

En términos de salud democrática, el desconocimiento sobre ETA entre la población más joven no es el único dato preocupante que plantea el estudio realizado por el Observatorio de la Realidad Social del Gobierno de Navarra en 2021. Todavía más demoledor resulta el hecho de que un 26% de los encuestados afirmaran que el uso de la violencia “puede estar justificado en algún caso para la obtención de fines políticos” y, aún más preocupante, que el 22% de los jóvenes no contestara a una pregunta tan crítica.

Y es que, como afirmaba Javier Peso, profesor de Bachillerato en Vizcaya, “hemos pasado página sin haber leído la página”. Todo un suspenso en memoria histórica que se une a lo que sucede con otros periodos como la Guerra Civil o el franquismo. Lo cierto es que las heridas abiertas supuran y corren el riesgo de infectarse.  Y no hay nada más insalubre que un relato mitológico empeñado en recrear un recuerdo distorsionado del pasado, alimentado por el sesgo de los intereses del presente. Si en las políticas sanitarias es esencial la prevención, para la salud democrática no hay medida más profiláctica que la educación. Las miasmas populistas del siglo XXI fluyen de pozos contaminados que difunden a través de las redes sociales un aluvión de mensajes cuyo objetivo no es otro que confundir a ciudadanos incautos… y desinformados. 


Historia y memoria: fuego cruzado

De hecho, suele decirse que la peor mentira es una media verdad y, en la memoria colectiva, silencio y olvido suelen ir de la mano. Diez años después del fin de ETA, Rafael Narbona lamentaba que la juventud desconociera la trayectoria (y el final) de personajes como Gregorio Ordoñez, candidato a la alcaldía de Donosti por el PP, que murió asesinato por ETA con un tiro en la nuca, acusado de capitanear el “buque insignia del fascismo español”. 

Gregorio Ordoñez Fenollar
(Caracas, 21 de julio de 1958 - San Sebastián, 23 de enero de 1995)

En el artículo titulado “Gregorio Ordoñez, el héroe tranquilo” reivindicaba la figura de alguien capaz de enarbolar afirmaciones tan audaces como hay que poder recuperar la libertad de decir lo que uno piensa, en un contexto donde el activismo ideológico llevaba aparejado el riesgo de una sentencia de muerte, con independencia del partido en el que se militase. 

La lista de víctimas lamentablemente es larga y en ella no sólo encontramos cargos públicos y militantes de partidos políticos, sino también ciudadanos anónimos, guardias civiles, militares, empresarios, intelectuales o niños que fueron asesinados en masacres como la del Hipercor de Barcelona, en 1987, o tras angustiosos secuestros, como el que protagonizó Miguel Ángel Blanco, diez años más tarde. 

Francisco Tomás y Valiente
(Valencia, 8 de diciembre de 1932 - Madrid, 14 de febrero de 1996)


Cada vez que matan a una persona, nos matan a todos un poco, decía Tomás y Valiente. Había sido presidente del Tribunal Constitucional y, en el momento de su muerte, el 14 de febrero de 1996, se había reincorporado a la vida académica como catedrático de Historia del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid. Es allí donde fue asesinado, en su despacho, mientras hablaba por teléfono con Elías Díaz, destacado intelectual socialista y catedrático de Filosofía del Derecho en esa misma Universidad. No estoy segura de que muchos jóvenes estudiantes sepan hoy que también los campus universitarios fueron escenario de atentados terroristas. Fueron décadas en las que, junto a ETA, bandas terroristas de extrema izquierda y extrema derecha, tuvieron en vilo a una ciudadanía que asistía impotente al horror de los sangrientos atentados que marcaron los últimos años del franquismo y los primeros pasos de la Transición. La paz no salió gratis, como tampoco lo fue la consolidación de un modelo democrático que recuperaba el marco de derechos y libertades desaparecido tras la Guerra Civil. 

Y es que la realidad histórica se comprende mucho mejor cuando percibimos su rostro humano. Testimonios como el de Carmen Cordón, hija del empresario Publio Cordón, secuestrado por los GRAPO en 1995, cuyo cuerpo aún no se ha encontrado, refleja la crueldad y sinrazón de una violencia política que deshumaniza al enemigo y marca el destino, no sólo de las víctimas, sino también de su entorno familiar.


En este sentido, la labor de fundaciones como el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo (CMVT) es esencial a la hora de promover la investigación sobre violencia política de distinto signo, prestando atención especial a la importancia de los testimonios de familiares de víctimas, a la hora de comprender las aristas de una herida abierta que está lejos de cicatrizar.


11-M, punto de inflexión para la historia reciente de España

A esa vieja herida se unió el 11 de marzo de 2004 la materialización de una nueva amenaza, cuando en plena hora punta de la mañana estallaron simultáneamente diez bombas en la estación de Atocha. El yihadismo aparecía en escena con un saldo de 193 muertos y cientos de heridos, incorporando nuevas fórmulas de fanatismo en las que cualquier ciudadano adquiere la condición de víctima potencial. 

Sin embargo, tal y como advierte Gutmaro Bravo en un artículo publicado recientemente en el periódico El País bajo el título “La conspiración originaria”, el saldo de este atentado va más allá del recuento macabro de víctimas, ya que marca un cambio de agujas en nuestra historia reciente. Hasta ese momento el acta fundacional de nuestra actual democracia partía de la Transición, percibida por la ciudadanía como ejemplo modélico de convivencia y concordia, no exento de renuncias, pero pacífico. Como afirma el profesor Bravo, la cultura del consenso, pese a sus limitaciones y puntos oscuros, articuló un modelo viable para “pasar página” a la Dictadura. 

Sin embargo, el 11-M resucitó viejas teorías conspirativas que alimentaron una dinámica de bloqueo y enfrentamiento continuo, amplificadas por el eco de nuevos canales de comunicación. Desde entonces, ha crecido la polarización ideológica y la antigua voluntad de concordia ha dado paso a una cultura de la cancelación que ha sembrado el pasto necesario para mensajes incendiarios que contaminan la opinión pública, limitan la libertad de expresión y condicionan el juego político. Su estela se extiende hasta la propia valoración del proceso de cambio que representa la Transición, hoy cuestionado por sus limitaciones, ignorando la realidad de aquel momento y las múltiples dificultades que tuvo que sortear.

Muchos ciudadanos, que habíamos nacido en la dictadura y conocimos el horror del terrorismo, respiramos aliviados cuando el 20 de octubre de 2011 ETA anunció el cese de la lucha armada y, más aún, cuando el 3 de mayo de 2018 la banda armada comunicó su autodisolución. Sin embargo, aún quedan heridas abiertas que acentúan el riesgo inminente de infección, de la mano de un radicalismo violento cuya amenaza está lejos de desaparecer. 


Terrorismo y memoria histórica

Pero la lucha contra el fanatismo no se limita a la defensa frente al activismo yihadista. Las teorías conspirativas, que buscan un chivo expiatorio para solucionar el malestar social, han encontrado una caja de resonancia sin precedentes en las redes sociales, donde los principales receptores son precisamente jóvenes con pocos referentes vitales a la hora de identificar el peligro de la radicalización política de cualquier signo ideológico. Precisamente por eso es tan importante cualquier esfuerzo por mantener viva la memoria del terrorismo, tanto en el plano de la investigación académica, como en el educativo. No se trata de alimentar rencores, ni de fomentar el perdón con el olvido. La cuestión es conocer y comprender las coordenadas históricas que favorecieron las prácticas terroristas para impedir el avance de nuevos movimientos radicales, cuyos efectos ya ha padecido la sociedad, aunque las generaciones más jóvenes no lo hayan vivido. 

En este sentido, ha habido en los últimos años distintas iniciativas, algunas no exentas de polémica, pero en cualquier caso necesarias. Instituciones como el citado CMVT o el Real Instituto Elcano desarrollan una incansable labor de investigación y divulgación sobre movimientos radicales violentos. Otras como Covite o la Fundación Fernando Buesa Blanco han desarrollado de forma individual o en colaboración con otras entidades, materiales didácticos necesarios para conocer el impacto y consecuencias del fenómeno terrorista, como es el caso del Mapa del Terror o el Glosario Audiovisual de las Víctimas del Terrorismo. Son herramientas que ofrecen información de gran valor cualitativo y cuantitativo, pero sobre todo se trata de contenidos que ponen rostro al dolor, por lo que resultan tremendamente elocuentes. 

Hace pocos meses el historiador Pedro Barruso preparó una exposición que resumía la historia reciente del terrorismo en España, seleccionando algunos de los atentados más mediáticos cometidos, no sólo por ETA, sino también por grupos armados de extrema izquierda y extrema derecha, de cuya existencia muchos ciudadanos no tienen noticia, incluyendo también la referencia al terrorismo de Estado protagonizado por los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación). 


María Begoña Urroz Ibarrola
(San Sebastián, agosto de 1958 - San Sebastián, junio de 1960)

A través de distintos paneles, los estudiantes de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense tuvieron ocasión de conocer algunos episodios tan dramáticos como el asesinato de un bebé, Begoña Urroz, en 1960, a manos del DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación), tal y como demostró un estudio del CMVT, descartando una autoría inicialmente atribuida a ETA. También se recordó el secuestro, asesinato y tortura de la joven militante del PST (Partido Socialista de los Trabajadores), Yolanda González Martín, de 19 años, por miembros de Fuerza Nueva y de la organización de extrema derecha Batallón Vasco Español. La placa conmemorativa, existente en el madrileño barrio de Aluche, que recuerda su asesinato, aún hoy, sigue siendo vandalizada cada cierto tiempo.

Historia y "salud democrática"

La reseña de estos atentados ha sido recuperada en el siguiente hilo de X  con motivo de la XIII edición del Concurso de Divulgación Científica de la Universidad Complutense.

https://x.com/CarmenMdlR/status/1812881005184970904

El listado de víctimas del terrorismo es tan amplio que este resumen es necesariamente incompleto, faltando atentados tan dramáticos como los que se han seleccionado. En doce tweets de 280 caracteres es difícil completar la siniestra memoria del terrorismo en España. Por ello, sólo pretende ofrecer una muestra en la que se rinda homenaje al sufrimiento de todas las víctimas y, sobre todo, se contribuya, aunque sólo sea de forma puntual, a mantener vivo el recuerdo y difundir la existencia de alguno de los muchos trabajos de investigación realizados. 

Pero, sobre todo, el objetivo último de esta iniciativa es dar visibilidad a un fenómeno en cuyo estudio colaboran investigadores y sociedad civil, de la mano de las asociaciones de víctimas del terrorismo. Un caso práctico en el que la Historia contribuye a fomentar una cultura democrática, como punto de encuentro entre la investigación académica y la divulgación, el trabajo de especialistas y la aportación de los ciudadanos. Al fin y al cabo, no hay mejor prevención contra el fuego cruzado del fanatismo y la radicalización violenta que el conocimiento de sus efectos. Y no hay mejor forma de aproximación que el testimonio de los allegados a las víctimas y el estudio riguroso de sus causas y consecuencias.

Foto de portada: atentado de ETA en el que fue asesinato el policia nacional Modesto Rico Pasarín (Bilbao, 17 de febrero de 1997). Cortesía del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo (CMVT). 

martes, 25 de junio de 2024

¿Qué voy a ser de mayor? (Tribulaciones II)

 

Este curso por primera vez he formado parte de un tribunal de EvAU. Alrededor de cincuenta estudiantes se sentaron en el aula convencidos de que se estaban jugando su futuro en esas pruebas, pese a que el porcentaje de aprobados es muy elevado. Sin embargo, las notas de corte para el ingreso en algunas carreras les dan la razón. No sospechan que su proyección profesional dependerá más de la capacidad que desarrollen estos años para adaptarse a un mercado laboral incierto, que de la titulación en la que ahora se matriculen.

¿Qué voy a ser de mayor?, tribulaciones de una madre es el título de un artículo en el que, hace la friolera de ocho años, compartía el desasosiego que provocaba en el entorno familiar la convivencia con una estudiante de segundo curso de Bachillerato. No era un caso particular. Quien tenga un hijo adolescente que pretenda realizar estudios universitarios sabe bien de lo que hablo. 

Desde entonces, mucho ha llovido. Aquella angustiada adolescente superó las pruebas, que entonces se conocían como “PAU”, terminó su carrera y, hoy en día, está trabajando en aquello que tanto deseaba, una vez decidió qué iba  a estudiar. Años después nos tocó repetir la travesía por el infierno con nuestro segundo hijo, que también consiguió superar el reto, ya con las siglas EvAU. Actualmente se encuentra entusiasmado con unos estudios de los que muchos intentaron disuadirle (con la mejor intención), por ser buen estudiante y tener la osadía de matricularse en una carrera de Humanidades. Este verano nos preparamos emocionalmente para sobrevivir a una nueva experiencia traumática, en el acompañamiento de nuestra hija pequeña que el próximo curso se estrena en el temido Bachillerato, con un horizonte más que incierto por los cambios anunciados en la prueba de acceso a la Universidad.

Tras esgrimir el manido "ocúpate, no te pre-ocupes", lo cierto es que no se puede prever qué ocurrirá de aquí a dos años, con las vueltas que da la vida (y la política educativa de este país). Sin ir más lejos, cuando escribí aquel artículo, yo no podía imaginar  que años después me iba a tocar jugar en el otro lado del campo, recibiendo a temblorosos estudiantes de primer curso en sus primeros días de clase y, menos aún, que algún día me vería en la tesitura de encontrarme frente a una montaña de exámenes de selectividad para corregir en un tiempo récord. Creo que nunca había sentido tanta responsabilidad, pese tener ya varios años de experiencia como profesora, siendo consciente de que, en esta ocasión, tenía entre manos los sueños de más de un centenar de criaturas para las que sólo unas décimas podrían ser decisivas en su destino. 

Y es que, como comentaba con mis compañeros mientras observábamos a aquellos chavales examinándose, sacrificamos los mejores años de su adolescencia en la mera preparación de una prueba que no demuestra la capacitación intelectual de los estudiantes para cursar estudios superiores. Cual Saturno devorando a su hijo, el modelo actual impide al profesorado de Secundaria inculcar en el alumnado el amor por el conocimiento y menos aún desarrollar experiencias de aprendizaje mínimamente enriquecedoras, en un momento de la vida en el que la mente se encuentra particularmente receptiva a todo tipo de experiencias. Francamente, en la parte que me toca, no me sorprende que los jóvenes detesten la Historia como disciplina, habiendo sido obligados a cabalgar a galope por un temario orientado a la memorización de datos y no a la comprensión de las problemáticas del pasado y su huella en el presente. Poco les aporta engullir datos que no hay tiempo para explicar y que, cuando olviden, podrán recuperar a golpe de tecla.  Esto aplica prácticamente a todas las materias, consiguiendo eliminar cualquier atisbo de pensamiento crítico en unos jóvenes ciudadanos que recurrirán a Instagram o TIC-TOC como principales referentes para informarse y comprender la realidad. En estas condiciones el campo queda abonado para que charlatanes, oportunistas, demagogos y otras bacterias del ecosistema mediático hagan su trabajo.

Pero, al margen de ello, es preocupante la desconexión entre ese mundo universitario, al que con tanto afán quieren incorporarse, con la realidad del mercado laboral. Por mucho que se pretenda lo contrario, las puertas de la Universidad aún están cerradas a cal y canto al mundo extra-académico. La nueva LOSU se ha encargado de asestar la puntilla, reduciendo en la práctica la presencia de figuras como la del profesor asociado (perfil docente, no académico) bajo la promesa de estabilización. Es decir, sacando a concurso unas plazas que, cambiando las reglas del juego, excluirán a buena parte de los actuales docentes, por muchos años de experiencia que tengan. Esto ocurre especialmente en las carreras de Humanidades, donde los responsables de lidiar con este desaguisado tienen serias dificultades para identificar salidas profesionales ajenas a la docencia para quienes no quieran (o no hayan podido) dedicarse a la investigación. 

Con estos mimbres es difícil que sepamos preparar a los jóvenes para lidiar con un nuevo marco laboral donde ya no funcionan viejas recetas, pero hay campo esperando para la siembra y, si no se llega a tiempo, serán otros quienes lo cultiven. Nos dicen que en pocos años muchas profesiones que actualmente existen, desaparecerán. Pero no es sólo eso. La realidad es que aquellos oficios que permanezcan se transformarán radicalmente por obra y gracia de los avances de una inteligencia artificial que está dando el salto desde las películas de ciencia ficción a nuestro día a día

Quienes hoy estudian Medicina es muy posible que en el futuro pasen más tiempo utilizando dispositivos electrónicos que palpando al paciente. Si el niño salió filólogo es probable que cuando termine la carrera reciba más ofertas de empleo de laboratorios de I+D que de escuelas de idiomas. Pero tampoco hay que cantar victoria si optó por estudiar ingeniería del software. Para triunfar, va a tener que especializarse y, desde luego, aprender tecnologías de las que no había rastro en su programa de estudios. No olvidemos que el padre de Frankenstein murió intentando controlar al monstruo que él mismo había creado y, en este caso, un autómata podrá no tener alma, pero programará mucho mejor y más rápido que el más aplicado de los humanos. De hecho, la fiesta ya ha empezado. Algunos de los recientes procesos de despido colectivo en empresas tecnológicas han justificado los excedentes de plantilla con la implantación de la inteligencia artificial en sus procesos de negocio. 

Por eso, la clave de la empleabilidad radica principalmente en el perfil de trabajador que se va a demandar en el futuro. El alumnado no termina su formación cuando se gradúa. El máster que cursen después podrá encauzarlos, pero tampoco será la panacea que garantice su inserción en el mercado de trabajo. Van a tener que aprender a detectar oportunidades y para ello es esencial que sepan en qué tipo de actividades son buenos y no tanto qué saben hacer en un momento dado. El factor diferencial radica, más allá de conocimientos teóricos cuyas lagunas se pueden cubrir, en capacidades y destrezas que no siempre se desarrollan en el aula. Muchas de estas habilidades tienen que ver con lo que nos define como humanos (empatía, creatividad…) que difícilmente puede emular una máquina. Son cualidades que se entrenan y que no suelen contemplarse en la práctica docente universitaria, ajena a cualquier habilidad transversal, no directamente relacionada con cuestiones científicas. Este es el caso de destrezas digitales que deberían formar parte del programa curricular de cualquier titulación. 

Así que, si por alguna extraña razón, vuestro hijo quiere estudiar latín, no os angustiéis. Pensad que los lingüistas fueron el primer perfil del que tiraron los ingenieros que comenzaron a investigar en inteligencia artificial y, de hecho, la tecnología PLN (procesamiento de lenguaje natural) es un campo en expansión. Los geógrafos también encuentran caladeros de empleo en la oferta de trabajo de multinacionales de software para el desarrollo de sistemas SIG, hoy tan en boga con el auge de la geolocalización. Amantes de la mitología clásica han terminado muy bien colocados diseñando videojuegos, una disciplina que tiene ya rango de carrera universitaria, algo impensable en tiempos de nuestros padres (cuando ni siquiera existía esta industria). Son sólo algunos ejemplos, pero lo cierto es que el mismísimo John Hanke, uno de los dioses del olimpo TI, fue en su día estudiante de Humanidades. Este detalle no es anecdótico. Demuestra la importancia de comprender la realidad más allá de los dictados del lenguaje binario.

John Hanke, CEO de Niantic

Lo importante es que el alumnado se involucre en su propio proceso de formación. Nadie sabe, a día de hoy, qué carreras tendrán o no salidas profesionales en los próximos años. Siendo realistas, la única certeza es la incertidumbre y en este escenario llegar a puerto no depende tanto de la titulación, como de la destreza para navegar en medio de la tormenta. Y con el aire que se está levantando, me temo que esto también aplica a quienes aprobamos la antigua Selectividad hace varias décadas. No nos empeñemos en guiar a los jóvenes con mapas en los que figura la Atlántida como tierra de oportunidades.


Imagen de cabeceracortesía de Alba, Rubén y Ángel, mis compañeros de "equipo EvAU", que me han permitido compartir este recuerdo. Coincidir con ellos ha sido, sin duda, lo mejor de esta experiencia. Aprovecho para reivindicar la heroica labor que desarrollan cada curso los profesores de Secundaria en la preparación de estas pruebas.