martes, 25 de junio de 2024

¿Qué voy a ser de mayor? (Tribulaciones II)

 

Este curso por primera vez he formado parte de un tribunal de EvAU. Alrededor de cincuenta estudiantes se sentaron en el aula convencidos de que se estaban jugando su futuro en esas pruebas, pese a que el porcentaje de aprobados es muy elevado. Sin embargo, las notas de corte para el ingreso en algunas carreras les dan la razón. No sospechan que su proyección profesional dependerá más de la capacidad que desarrollen estos años para adaptarse a un mercado laboral incierto, que de la titulación en la que ahora se matriculen.

¿Qué voy a ser de mayor?, tribulaciones de una madre es el título de un artículo en el que, hace la friolera de ocho años, compartía el desasosiego que provocaba en el entorno familiar la convivencia con una estudiante de segundo curso de Bachillerato. No era un caso particular. Quien tenga un hijo adolescente que pretenda realizar estudios universitarios sabe bien de lo que hablo. 

Desde entonces, mucho ha llovido. Aquella angustiada adolescente superó las pruebas, que entonces se conocían como “PAU”, terminó su carrera y, hoy en día, está trabajando en aquello que tanto deseaba, una vez decidió qué iba  a estudiar. Años después nos tocó repetir la travesía por el infierno con nuestro segundo hijo, que también consiguió superar el reto, ya con las siglas EvAU. Actualmente se encuentra entusiasmado con unos estudios de los que muchos intentaron disuadirle (con la mejor intención), por ser buen estudiante y tener la osadía de matricularse en una carrera de Humanidades. Este verano nos preparamos emocionalmente para sobrevivir a una nueva experiencia traumática, en el acompañamiento de nuestra hija pequeña que el próximo curso se estrena en el temido Bachillerato, con un horizonte más que incierto por los cambios anunciados en la prueba de acceso a la Universidad.

Tras esgrimir el manido "ocúpate, no te pre-ocupes", lo cierto es que no se puede prever qué ocurrirá de aquí a dos años, con las vueltas que da la vida (y la política educativa de este país). Sin ir más lejos, cuando escribí aquel artículo, yo no podía imaginar  que años después me iba a tocar jugar en el otro lado del campo, recibiendo a temblorosos estudiantes de primer curso en sus primeros días de clase y, menos aún, que algún día me vería en la tesitura de encontrarme frente a una montaña de exámenes de selectividad para corregir en un tiempo récord. Creo que nunca había sentido tanta responsabilidad, pese tener ya varios años de experiencia como profesora, siendo consciente de que, en esta ocasión, tenía entre manos los sueños de más de un centenar de criaturas para las que sólo unas décimas podrían ser decisivas en su destino. 

Y es que, como comentaba con mis compañeros mientras observábamos a aquellos chavales examinándose, sacrificamos los mejores años de su adolescencia en la mera preparación de una prueba que no demuestra la capacitación intelectual de los estudiantes para cursar estudios superiores. Cual Saturno devorando a su hijo, el modelo actual impide al profesorado de Secundaria inculcar en el alumnado el amor por el conocimiento y menos aún desarrollar experiencias de aprendizaje mínimamente enriquecedoras, en un momento de la vida en el que la mente se encuentra particularmente receptiva a todo tipo de experiencias. Francamente, en la parte que me toca, no me sorprende que los jóvenes detesten la Historia como disciplina, habiendo sido obligados a cabalgar a galope por un temario orientado a la memorización de datos y no a la comprensión de las problemáticas del pasado y su huella en el presente. Poco les aporta engullir datos que no hay tiempo para explicar y que, cuando olviden, podrán recuperar a golpe de tecla.  Esto aplica prácticamente a todas las materias, consiguiendo eliminar cualquier atisbo de pensamiento crítico en unos jóvenes ciudadanos que recurrirán a Instagram o TIC-TOC como principales referentes para informarse y comprender la realidad. En estas condiciones el campo queda abonado para que charlatanes, oportunistas, demagogos y otras bacterias del ecosistema mediático hagan su trabajo.

Pero, al margen de ello, es preocupante la desconexión entre ese mundo universitario, al que con tanto afán quieren incorporarse, con la realidad del mercado laboral. Por mucho que se pretenda lo contrario, las puertas de la Universidad aún están cerradas a cal y canto al mundo extra-académico. La nueva LOSU se ha encargado de asestar la puntilla, reduciendo en la práctica la presencia de figuras como la del profesor asociado (perfil docente, no académico) bajo la promesa de estabilización. Es decir, sacando a concurso unas plazas que, cambiando las reglas del juego, excluirán a buena parte de los actuales docentes, por muchos años de experiencia que tengan. Esto ocurre especialmente en las carreras de Humanidades, donde los responsables de lidiar con este desaguisado tienen serias dificultades para identificar salidas profesionales ajenas a la docencia para quienes no quieran (o no hayan podido) dedicarse a la investigación. 

Con estos mimbres es difícil que sepamos preparar a los jóvenes para lidiar con un nuevo marco laboral donde ya no funcionan viejas recetas, pero hay campo esperando para la siembra y, si no se llega a tiempo, serán otros quienes lo cultiven. Nos dicen que en pocos años muchas profesiones que actualmente existen, desaparecerán. Pero no es sólo eso. La realidad es que aquellos oficios que permanezcan se transformarán radicalmente por obra y gracia de los avances de una inteligencia artificial que está dando el salto desde las películas de ciencia ficción a nuestro día a día

Quienes hoy estudian Medicina es muy posible que en el futuro pasen más tiempo utilizando dispositivos electrónicos que palpando al paciente. Si el niño salió filólogo es probable que cuando termine la carrera reciba más ofertas de empleo de laboratorios de I+D que de escuelas de idiomas. Pero tampoco hay que cantar victoria si optó por estudiar ingeniería del software. Para triunfar, va a tener que especializarse y, desde luego, aprender tecnologías de las que no había rastro en su programa de estudios. No olvidemos que el padre de Frankenstein murió intentando controlar al monstruo que él mismo había creado y, en este caso, un autómata podrá no tener alma, pero programará mucho mejor y más rápido que el más aplicado de los humanos. De hecho, la fiesta ya ha empezado. Algunos de los recientes procesos de despido colectivo en empresas tecnológicas han justificado los excedentes de plantilla con la implantación de la inteligencia artificial en sus procesos de negocio. 

Por eso, la clave de la empleabilidad radica principalmente en el perfil de trabajador que se va a demandar en el futuro. El alumnado no termina su formación cuando se gradúa. El máster que cursen después podrá encauzarlos, pero tampoco será la panacea que garantice su inserción en el mercado de trabajo. Van a tener que aprender a detectar oportunidades y para ello es esencial que sepan en qué tipo de actividades son buenos y no tanto qué saben hacer en un momento dado. El factor diferencial radica, más allá de conocimientos teóricos cuyas lagunas se pueden cubrir, en capacidades y destrezas que no siempre se desarrollan en el aula. Muchas de estas habilidades tienen que ver con lo que nos define como humanos (empatía, creatividad…) que difícilmente puede emular una máquina. Son cualidades que se entrenan y que no suelen contemplarse en la práctica docente universitaria, ajena a cualquier habilidad transversal, no directamente relacionada con cuestiones científicas. Este es el caso de destrezas digitales que deberían formar parte del programa curricular de cualquier titulación. 

Así que, si por alguna extraña razón, vuestro hijo quiere estudiar latín, no os angustiéis. Pensad que los lingüistas fueron el primer perfil del que tiraron los ingenieros que comenzaron a investigar en inteligencia artificial y, de hecho, la tecnología PLN (procesamiento de lenguaje natural) es un campo en expansión. Los geógrafos también encuentran caladeros de empleo en la oferta de trabajo de multinacionales de software para el desarrollo de sistemas SIG, hoy tan en boga con el auge de la geolocalización. Amantes de la mitología clásica han terminado muy bien colocados diseñando videojuegos, una disciplina que tiene ya rango de carrera universitaria, algo impensable en tiempos de nuestros padres (cuando ni siquiera existía esta industria). Son sólo algunos ejemplos, pero lo cierto es que el mismísimo John Hanke, uno de los dioses del olimpo TI, fue en su día estudiante de Humanidades. Este detalle no es anecdótico. Demuestra la importancia de comprender la realidad más allá de los dictados del lenguaje binario.

John Hanke, CEO de Niantic

Lo importante es que el alumnado se involucre en su propio proceso de formación. Nadie sabe, a día de hoy, qué carreras tendrán o no salidas profesionales en los próximos años. Siendo realistas, la única certeza es la incertidumbre y en este escenario llegar a puerto no depende tanto de la titulación, como de la destreza para navegar en medio de la tormenta. Y con el aire que se está levantando, me temo que esto también aplica a quienes aprobamos la antigua Selectividad hace varias décadas. No nos empeñemos en guiar a los jóvenes con mapas en los que figura la Atlántida como tierra de oportunidades.


Imagen de cabeceracortesía de Alba, Rubén y Ángel, mis compañeros de "equipo EvAU", que me han permitido compartir este recuerdo. Coincidir con ellos ha sido, sin duda, lo mejor de esta experiencia. Aprovecho para reivindicar la heroica labor que desarrollan cada curso los profesores de Secundaria en la preparación de estas pruebas.