¿Qué voy a ser de mayor?, tribulaciones de una madre es el título de un artículo en el que, hace la friolera de ocho años, compartía el desasosiego que provocaba en el entorno familiar la convivencia con una estudiante de segundo curso de Bachillerato. No era un caso particular. Quien tenga un hijo adolescente que pretenda realizar estudios universitarios sabe bien de lo que hablo.
Desde entonces, mucho ha llovido. Aquella angustiada adolescente superó las pruebas, que entonces se conocían como “PAU”, terminó su carrera y, hoy en día, está trabajando en aquello que tanto deseaba, una vez decidió qué iba a estudiar. Años después nos tocó repetir la travesía por el infierno con nuestro segundo hijo, que también consiguió superar el reto, ya con las siglas EvAU. Actualmente se encuentra entusiasmado con unos estudios de los que muchos intentaron disuadirle (con la mejor intención), por ser buen estudiante y tener la osadía de matricularse en una carrera de Humanidades. Este verano nos preparamos emocionalmente para sobrevivir a una nueva experiencia traumática, en el acompañamiento de nuestra hija pequeña que el próximo curso se estrena en el temido Bachillerato, con un horizonte más que incierto por los cambios anunciados en la prueba de acceso a la Universidad.
Tras esgrimir el manido "ocúpate, no te pre-ocupes", lo cierto es que no se puede prever qué ocurrirá de aquí a dos años, con las vueltas que da la vida (y la política educativa de este país). Sin ir más lejos, cuando escribí aquel artículo, yo no podía imaginar que años después me iba a tocar jugar en el otro lado del campo, recibiendo a temblorosos estudiantes de primer curso en sus primeros días de clase y, menos aún, que algún día me vería en la tesitura de encontrarme frente a una montaña de exámenes de selectividad para corregir en un tiempo récord. Creo que nunca había sentido tanta responsabilidad, pese tener ya varios años de experiencia como profesora, siendo consciente de que, en esta ocasión, tenía entre manos los sueños de más de un centenar de criaturas para las que sólo unas décimas podrían ser decisivas en su destino.
Por eso, la clave de la empleabilidad radica principalmente en el perfil de trabajador que se va a demandar en el futuro. El alumnado no termina su formación cuando se gradúa. El máster que cursen después podrá encauzarlos, pero tampoco será la panacea que garantice su inserción en el mercado de trabajo. Van a tener que aprender a detectar oportunidades y para ello es esencial que sepan en qué tipo de actividades son buenos y no tanto qué saben hacer en un momento dado. El factor diferencial radica, más allá de conocimientos teóricos cuyas lagunas se pueden cubrir, en capacidades y destrezas que no siempre se desarrollan en el aula. Muchas de estas habilidades tienen que ver con lo que nos define como humanos (empatía, creatividad…) que difícilmente puede emular una máquina. Son cualidades que se entrenan y que no suelen contemplarse en la práctica docente universitaria, ajena a cualquier habilidad transversal, no directamente relacionada con cuestiones científicas. Este es el caso de destrezas digitales que deberían formar parte del programa curricular de cualquier titulación.
Así que, si por alguna extraña razón, vuestro hijo quiere estudiar latín, no os angustiéis. Pensad que los lingüistas fueron el primer perfil del que tiraron los ingenieros que comenzaron a investigar en inteligencia artificial y, de hecho, la tecnología PLN (procesamiento de lenguaje natural) es un campo en expansión. Los geógrafos también encuentran caladeros de empleo en la oferta de trabajo de multinacionales de software para el desarrollo de sistemas SIG, hoy tan en boga con el auge de la geolocalización. Amantes de la mitología clásica han terminado muy bien colocados diseñando videojuegos, una disciplina que tiene ya rango de carrera universitaria, algo impensable en tiempos de nuestros padres (cuando ni siquiera existía esta industria). Son sólo algunos ejemplos, pero lo cierto es que el mismísimo John Hanke, uno de los dioses del olimpo TI, fue en su día estudiante de Humanidades. Este detalle no es anecdótico. Demuestra la importancia de comprender la realidad más allá de los dictados del lenguaje binario.
John Hanke, CEO de Niantic |
Lo importante es que el alumnado se involucre en su propio proceso de formación. Nadie sabe, a día de hoy, qué carreras tendrán o no salidas profesionales en los próximos años. Siendo realistas, la única certeza es la incertidumbre y en este escenario llegar a puerto no depende tanto de la titulación, como de la destreza para navegar en medio de la tormenta. Y con el aire que se está levantando, me temo que esto también aplica a quienes aprobamos la antigua Selectividad hace varias décadas. No nos empeñemos en guiar a los jóvenes con mapas en los que figura la Atlántida como tierra de oportunidades.
Imagen de cabecera: cortesía de Alba, Rubén y Ángel, mis compañeros de "equipo EvAU", que me han permitido compartir este recuerdo. Coincidir con ellos ha sido, sin duda, lo mejor de esta experiencia. Aprovecho para reivindicar la heroica labor que desarrollan cada curso los profesores de Secundaria en la preparación de estas pruebas.